11/08/2025

El fraude emocional y la fragmentación social

Escrito tomado del libro ¿Empatía o miedo?

Muchos ejemplos ampliamente documentados reafirman que, cuando la hambruna y la miseria se normalizan, la represión de los regímenes dictatoriales aumenta, y se vuelve cotidiana como la que ocurre en Cuba; la sociedad interioriza la idea de que no tiene otra alternativa que aceptar la resignación como modo de vida que le ha asignado el régimen que los hostiga.
Es un hecho indiscutible y probado; demuestra que la resignación ha destruido la posibilidad de imaginar un futuro mejor, distinto, socavando, además, toda esperanza, transformándola en empatía.
En general, el régimen cubano solidificó, con la ayuda de los fusilamientos, sus cimientos en falsas narrativas y promesas con la intención de legitimar a su gobierno socialista como humanista, con frases ya acuñadas como «del pueblo para el pueblo», «de los humildes para los humildes», apoyándose, también, en argumentos patrióticos y emocionales, como «la patria sitiada por el imperialismo yanqui», «el sacrificio y la unidad del pueblo frente a las amenazas externas». Es aquí donde la empatía hacia los gobernantes surge y convierte el sufrimiento en una virtud y el sometimiento en un deber moral.
Es muy sabido que el hambre y la miseria no solo debilitan físicamente al ser humano, sino que también destruyen todos los vínculos sociales y la solidaridad entre las personas y las familias.
Y también es conocido que cuando se lucha para sobrevivir, se pierde la capacidad de organizar una resistencia contra el gobierno que ha creado su hambruna y su miseria. La sociedad se va erosionando con los años y acepta las migajas que les da el régimen como un ejemplo de su generosidad hacia el pueblo.
Se sabe qué conceder beneficios mínimos a determinado grupo de personas, como alimentos, favores burocráticos, viviendas, autos, vacaciones pagadas en playas que no están al alcance de otra parte de la población, divide a las personas, crea lealtades y sofoca la rebeldía al convertir la subsistencia en dependencia.
«[...] La crisis (social) no es solo un síntoma de desgaste (del régimen), sino también un indicador de la profundidad estructural del colapso. La permanencia de este sistema disfuncional en la vida de los cubanos no es algo menor. Cuando esta dinámica es naturalizada y los que la viven aprenden a “autosostenerse” en ella, ninguna política pública será capaz —o estará interesada— en revertir sus efectos. La lección de la última década es clara: cuanto más se adaptan los ciudadanos a cada crisis, más duradero se vuelve el modelo que los margina. Cabe entonces repensarse la sostenibilidad de una vida dentro de una sociedad así fragmentada, sobre todo frente a los embates de las crisis por venir.»
Una sociedad sometida no se rebela por el hambre; todo lo contrario, la debilita y el miedo la paraliza. El régimen lo sabe muy bien y ha convertido la miseria en un mecanismo de dominación, despojando al individuo de su fuerza y su capacidad de imaginar cómo se vive en libertad.
De hecho, el tiempo ha demostrado que el hambre en Cuba nunca ha encendido una chispa de la rebelión; más bien, la ha apagado. El sagaz régimen, cuando presiente que puede ocurrir una sublevación provocada por la desesperación de la población por no encontrar los alimentos básicos para su subsistencia, distribuye un poco de arroz o de frijoles negros y apaga la vela que se encendió con la chispa. A continuación, divulga en todos sus medios de prensa(9) controlados por el Estado, como si fuera un acontecimiento extraordinario, sorprendente, que nunca antes ha ocurrido en el planeta Tierra.
La sociedad cubana, hundida en la miseria y cercada por el miedo y el terror, aprendió a respirar dentro de su propia asfixia.
El terror no solo castiga sus cuerpos, coloniza sus mentes y su conciencia. Cada golpe de represión que da
el régimen cubano no se limita a acallar a un disidente, sino que perfora el tejido de la esperanza colectiva, hasta que la idea de libertad se convierte en un espejismo.
Para la gerontocracia comunista cubana, el control más eficaz siempre ha sido instalarse en la conciencia de la población sin usar los fusiles. Incluso en medio de la autodestrucción, los cubanos se aferran a la empatía hacia sus opresores. No lo hace por nobleza, sino como su último mecanismo de defensa de quienes, despojados de todo, ya ni siquiera pueden permitirse el lujo de soñar con la libertad. Temen perder los pocos alimentos que distribuye el régimen de forma racionada y el precario trabajo que tienen. Los fieles seguidores del jerarca temen que les quiten la bolsita de aseo personal que les «regalan» sus opresores y la empatía penetra en la piel y se apodera de sus almas.